Desde Chamberí me acompaña una gitana. Gitana, gitana de
moño en alto y tetas como montañas. Atasco monumental para llegar a Antón
Martín, otro de esos que hacen que los tassiss no sean rentables, un
tarado que se cruza zigzagueando.
-“Tu
fíjate que estrenábamos en Aranjuez e íbamos a ir solos mi marido y yo, pero
por casualidades de la vida, una amiga mía, fotógrafa que no le gustaba el
flamenco, se apuntó a última hora, para acompañarnos el primer día. Luego, por
otro lado, el hijo de la Tita Mari se vino con nosotros porque íbamos a última
hora y él tenía que hacer.
Pues vino una curva y ellos, que no tenían puesto el cinturón,
salieron disparados. Se mataron los dos ahí.”
-“… Y el hijo de la gran puta de
mi ex, mi marido de entonces, aunque estuvo a punto de morirse no fue capaz de
preguntar a los padres qué tal estaban. El cabrón se descolgó diciendo que la
culpa no era suya, que ‘haberse puesto el cinturón’. Para que no denunciaran. Y
eso que cuando él estuvo tan mal me ayudaron en todo ¡con un hijo muerto!
Eso me pasa por casarme con un pusilánime [sic]. Su madre
era quien mandaba en su vida.”
-Y la Tita Mari ¿sigue siendo la ‘Tita
Mari’?
-“Por supuesto. Ella y su marido
son como de la familia, por suerte se dieron cuenta de todo. Imagina, hasta mi
familia dejó de hablarme por culpa del tío ese. Pero bueno, todo aquello ya se
acabó.”
Nunca hasta entonces había sentido tanto aprecio por una
cliente, alguien que habló con cariño de todo el mundo excepto de aquel que
hizo daño, no a ella, sino a los demás.
Al final hubo tocamientos. Abrazo fuera del coche y cuatro
manos amontonadas apretando fuerte.
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